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Una particular esperanza... un marmateño especial

El profundo dolor de su estado lo refleja en esa corta pero penetrable mirada que busca salida, una mirada que no se puede concentrar ni estabilizar, sólo transmite su profunda agonía, no pierde la esperanza así los años pasen lentamente

Lleva ya 13 años en ese estado, años sin sentir ni el más espontaneo e inconsciente movimiento de la mita de su cuerpo. Esta imposibilitado de por vida a no sentir la magia de sus músculos. Aquella silla de ruedas gris, con llantas delgadas y con un sillín negro se convirtió en sus piernas para siempre.

A medida que las palabras forman oraciones con respuestas inimaginables sus manos parecen sudorosas, una lágrima comenzó a brotar por la impotencia de pensar que podría estar en otro lugar y que está no debería ser su historia ¡no la de él!... vida de ironías en la que vivimos que unos pueden ser tan felices tienen en sus manos lo que quieren y otros que se sumergen en traumas insuperables pidiendo a gritos una nueva oportunidad.


Juan Gabriel es un hombre de 31 años que perdió la movilidad de sus piernas en un accidente automovilístico, por conducir en estado de embriagues. Viajaba con su único hijo de 6 años de edad, Juan Felipe, quien murió por las graves selecciones que recibió en dicho accidente. Juan Gabriel renace en una clínica con dolor, confusión, desesperación, culpabilidad, remordimiento. La muerte. Después de 5 días inconsciente en cuidados intensivos se encuentra con el cruel despertar que su hijo había sido enterrado hace tres días, maldice el despertar de aquel 20 de octubre donde se da cuenta que su vida se va como el agua por inodoro. Se siente sucio, despreciable, inútil, culpable de la perdida de su hijo. Es la vida en la muerte.

Busca salidas, su conciencia lo enloquece en lo único que piensa es en el encuentro con su hijo para pedirle perdón.

Lo único que le importaba era que su hijo estaba muerto y por su propia culpa. Merecido castigo pensaba, sin dejar de creer que el que debería estas muerto debía ser solamente él. Su señera poco sabia distinguir entre la lastima y el rencor, su apoyo nunca a faltado pero su dolor permanece. Un acto de irresponsabilidad que no tiene vuelta atrás los destruyó.

Hoy
están de visita en aquel hospital donde su vida cambio para siempre; los habituales controles a los que tiene que asistir lo traen cada mes por aquí donde sólo se respira el olor a muerte, enfermedad, miedo agonía, soledad, sufrimientos, pastillas, recuerdos un olor que se concentra en cada rincón donde es imposible respirar con tranquilidad.

El antes durante y después de este episodio sólo son recuerdos que imagina como si fueran aquellos días donde todo era perfecto, esos días donde se creyó muerto y vivo a la vez.

Cargaba la cruz del arrepentimiento, el consumo irresponsable de una bebida a la que llaman licor, causante de tantos sin sabores, le arrebato su sangre. El recuerdo de vivir día tras día sin tener en un futuro por el cual soñar. Sólo anhelaba que aquellos imaginarios que su mente creaban donde el tiempo retrocedía milagrosamente pudiera ser verdad.

Según él sus ilusiones ya no tiene razón de ser, se sumergió en vagos recuerdos que no lo dejan soñar ni recuperar su propia vida.

En cuanto a la exclusión a Juan Gabriel personalmente poco le afecta, su vida es la cotidianidad de la casa a la clínica y de la clínica a la casa, en realidad ha vivido pocas experiencias después de su parálisis, nunca sale de su encierro inminente.

Le da igual lo que ocurre asume su discapacidad como un castigo, no se concentra tanto en su limitación como muchos, sino en la culpabilidad por la muerte de su hijo, el hecho de pensar que nunca más podrá volver a tener un hijo de su sangre lo ahoga, no se resigna ante la esperanza de que el recuentro con su hijo llegue pronto. No lucha, no le interesa, sólo vive esperando que llegue el momento de su sueño eterno.

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