
En un pueblo de mitos y leyendas, donde las supersticiones son todo un ritual cuando se trata de curar males anticipado por el susurro del viento, el caudal de sus aguas, hasta por el mismo oro que se extrae día a día en las bocas del socavón. Todas sus creencias son más que una propia religión en especial la de la famosa “agüita de cascabel” pues bien, el agua más cristalina que nace en el pico más alto de la montaña tiene el poder de sanar y bendecir todo aquel que la tome para convertirlo en un fiel habitante de este municipio.
En la mañana del 15 de octubre aquella agua cristalina y bendita amaneció con una escalofriante mancha que no desvanecía ante la candente turbulencia del “agüita de cascabel” está se encontraba cargada de una tinta roja y con un intenso olor. Los habitantes confundidos y desconcertados no encontraban una respuesta lógica para que la desembocadura estuviera tan impregnada de sangre.
Adriana una joven apuesta llena de ilusiones, caracterizada por una noble mirada y una picara sonrisa, desde aquel 15 de octubre nunca más llegó a su casa, fue una noche de gran intensidad.
A pocos días de culminar la segunda fase estudiantil en el Instituto Educativo Marmato los miembros del grado undécimo hacían todo tipo de preparaciones para que su grado fuera como el de un cuento de hadas y todo saliera a la perfección. Por lo general se acostumbraba a que los estudiantes se reunieran en un mirador especial a dialogar sobre sus metas y propósitos lo cual creaban un espacio ameno para que los jóvenes estudiantes y además amigos. Así podían compartir sanamente bajo una fogata el relato de experiencias que los hacían, aun, a pesar del largo trayecto ya recorrido sea veían interesantes y desconocidos.
Los jóvenes deslumbrados e inquietos por el arrollador frio comenzaron a consumir bebidas alcohólicas y alucinógenas. Adriana que era miembro de este grupo un poco apática decidió mantenerse al margen de todo aquello que le impidiera tener sus cinco sentidos conectados, estaba alerta ante cualquier situación. Ya que el lugar como tal la intimidaba y le daba cierto grado de malestar anímico. Sus compañeros los que vivían a mayor distancia comenzaron a desplazarse hacia sus hogares porque eran ya como las 10:30 y no era muy propicio que jóvenes andarán a esas horas solos por las calles empedradas habiendo tanta bruja y maleficio suelto. El grupo se fue esfumando y cada vez eran menos los participantes.
A la media noche sólo se encontraba Catalina la vecina y mejor amiga de Adriana; Juan Manuel, Fausto, Alejandro, y Mariangel.
Estos cinco jóvenes que en su mayoría estaban ya lo suficientemente ebrios como para haber perdido el juicio. Comenzaron a buscar respuesta a preguntas existencialistas como ¿Existirá el Dios del oro de quién se afirma es el creador de este pueblo fundido en el metal brillante? Entre muchas otras dudas que surgían sin ser resueltas.
Los jóvenes en medio de su éxtasis, ya todos bajo el mismo efecto, sin excepción alguna habían consumido marihuana y varios litros de aguardiente.
Comenzaron a invocar los grandes espíritus protectores de este municipio, la idea de Juan Manuel fue inv

El pueblo ante la inminente mancha se tornaba aun más preocupado y confundido por que esta “agüita de cascabel” era el legado más antiguo en cuanto a sus creencias autóctonas. Decidieron llamar a los integrantes de la junta de curanderos y sabios del pueblo para que tomaran la medida adecuada. Ellos desconcertados porque como la profecía ya lo había anticipado, en “aquel día en que el agua se torne de roja la maldición ya fue desatad y no tendrá reversa”.
Por otro lado los jóvenes querían la compañía de un espíritu aquella noche y en medio de su falta de razonamiento concluyeron que uno de ellos debería ser el elegido bendito. Adriana era la persona idónea, la más noble carismática y pura.
El ritual comenzó, el viento susurraba, la fogata ya no era para freír carnes y mázamelos, ahora los atrevidos adolecentes se iban a posar al lado del fuego en forma de círculo. Humo, cruces, un escalofrió permanente, las nubes cambiaban de gris a negro, se sentía una corriente de viento que quería apagar la candente llamarada, lo terrenal comenzaba a combinarse con lo inexplicable, cada uno de los jóvenes se hizo una pequeña cortada en forma de Cruz en su índice izquierdo, tres gotas de sangre por cada participante eran derramadas sobre una hoja seca que luego iba ser tirada a las llamas para evocar con más insistencia los espíritus ya casi presentes, comenzaron a dar vueltas rápidamente por la fogata bajo el estaxis que ya los poseía. Adriana fue puesta en el centro, ella no paraba de reírse y blanquear los ojos, la cercanía con las llamas le producía una extraña excitación, sus amigos comenzaron a preparar los cuchillos con los que habían cortado las carnes, todos desataron su furia contra la niña que esta tan embriagada y desconectada que parecía inmune al dolor, parecía como una especie de muñeco plástico al que todos querían chuzar para exteriorizar sus iras y rencores.
sobre todo su cuero se trazo un tipo de cruz, pulsada por Juan Manuel con un afilado cuchillo, sorprendentemente Adriana no derramaba sangre en ese instante, Fausto se encargo de cortar su castaño pelo para tirarlo por los cielos hacia las llamas que lo consumirían (el olor era escalofriante), Catalina se encargó de marcar con un cuchillo sobre las extremidades de Adriana el nombre de cada uno de los participantes y Mariangel sólo recitaba una extraña poesía sin sentido con la que insistentemente invocaba a los tan anhelados espíritus. Todos comenzaron a sentir extrañas sensaciones en sus cuerpos quizás productos de una posesión que siempre estuvo presente.
A eso de las 4 de la mañana Adriana muere y el efecto en sus amigos comenzaba a desaparecer, gritos, angustia, arrepentimiento y desesperación no se hizo esperar todos confundidos pero aun con residuos de todo lo que sin limites habían ingerido lograron llevar el cuerpo de Adriana al lado de aquel esquicito mirador donde se encontraba el yacimiento del “agüita de cascabel” y con plegarias sin sentido, quizás, por que no comprendían la magnitud de aquel crimen, ahora imploraban perdón y que los espíritus los ayudaran ya no ha resolver preguntas existencialistas sino a remediar el mal que habían causado y a poder sobrevivir con el cargo de sus conciencias.
A las cinco en punto de la mañana del 15 de octubre Adriana fue arrojada por el precipicio, cumpliendo así la profecía de que la mancha roja en el agua cristalin sería la desgracia de un pueblo minero que desde aquel día siempre viviría en la sombra y la oscuridad de no ser protegido por los augurios de los grandes espíritus, el oro ya nunca más sería encontrado de igual forma.
Los jóvenes arrepentidos huyeron y aún no han sido encontrados, se rumora que fueron más allá de las misma montañas buscando el perdón de los espíritus por medio de cuanto hechicero era mencionado, el carma que pagan es inimaginable, los ancianos de la junta se dedicaron a lanzaban conjuros en su idioma sagrado sin lograr que la tinta desapareciera.
El cuerpo de Adriana nunca jamás fue encontrado sólo se sabia que la tinta roja era la de ella, una niña con corazón realmente puro. Aquel 15 de octubre La lluvia comenzó a caer.
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